Dios me dio otra oportunidad de vivir y decidí que las prioridades de mi vida se serían el beisbol y las actividades filantrópicas con énfasis en Oaxaca. Dios, además, me tenía una sorpresa, conocí a María Isabel en 1996, entonces yo tenía cincuenta y dos años y de esa manera inicié un nuevo ciclo; como en el mundo prehispánico, sucedió la renovación de mi vida cuando mi Niña de Monte Albán me dijo: “tú te vas a morir en Oaxaca” y le contesté “yo voy a vivir en Oaxaca y contigo”. Desde entonces, hemos compartido juntos nuestro amor y un proyecto de vida en común.
Cuando empecé a salir con María Isabel, siempre que había oportunidad, buscaba tríos o trovadores para que le cantaran “Amor añejo”, se tardó en comprender que la quería enamorar, seguramente porque le llevo veintitrés años de edad. A los pocos meses, mi Niña me llevó de sorpresa al Trío Santo Domingo de Héctor Martell, compositor de “Amor añejo”.
1999. Con María Isabel, celebramos el campeonato de los Diablos Rojos.
Después, tuvimos la oportunidad de escuchar en varias ocasiones al trío y un día Martell nos dijo que se había inspirado en nuestro amor para componer una de sus mejores canciones: “Como de treinta”. Así me siento, como de treinta, lleno de vitalidad, de endorfinas, de entusiasmos por la vida, con la energía desbordante al amanecer, dispuesto a volarme la barda en cada turno al bat, con una buena condición física, listo para salir al campo con la experiencia de manager y continuar con un porcentaje muy superior de juegos ganados sobre perdidos.
1996. Héctor Martell y el Trío Santo Domingo con Alfredo y María Isabel. Gregoria Ruiz y Francisca Pérez.
1996. Héctor Martell no hizo un regalo, la composición de "Como de treinta".
María Isabel había regresado de estudiar su doctorado en Historia de Arte en la Universidad de Sevilla y llevaba dos años viviendo y trabajando en Oaxaca. Cuando la conocí, empezaba el proyecto de inventario de la biblioteca de libros antiguos de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, una de las más importantes de México, además era directora del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca y, trabajando para Francisco Toledo, concretaba algunas de las ideas que soñaba este gran artista: el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, la Biblioteca de Invidentes Jorge Luis Borge, la fábrica de papel artesanal de San Agustín Etla, además de organizar exposiciones, conferencias y otros eventos.
Sus compromisos laborales me llevaban a pasar fines de semana en Oaxaca y comprendí que mi Niña estaba realizándose profesionalmente. Varios sábados llegaba a buscarla y me decía: “Alfredo vete a bolear los zapatos, date una vuelta por ahí, pues todavía no termino”; también algunos domingos me convertí en pareja de la anfitriona que recibía a varias de las visitas de Toledo, aprendí con ellos, hice nuevas amistades y nos divertimos juntos. De esta manera, he gozado los éxitos profesionales y académicos de María Isabel y admiro su capacidad para organizar grandes eventos culturales. Esta independencia hacia su trabajo nos ha permitido gozar de respeto mutuo en nuestras actividades e intereses personales.
En 1998, mi Niña decidió centrar sus actividades alrededor de la Biblioteca Francisco de Burgoa y su taller de restauración, un proyecto académico sobre la conservación del patrimonio histórico de México, así como de impulsar la organización de bibliotecas y archivos. Trabaja arduamente y siempre está dispuesta a otorgar ayuda a quien la solicita. Me encanta acompañarla a los pueblos de Oaxaca, donde la reciben con bandas musicales y banquetes en agradecimiento por haber restaurado códices, títulos primordiales y otros documentos. Ahora, ella además está involucrada activamente en mis proyectos filantrópicos y, de esta manera, nuestros intereses se vuelven comunes.
MI NIÑA DE MONTE ALBÁN
Con María Isabel llevo una vida armoniosa, llena de motivaciones, tenemos proyectos de vida en común y nos encanta viajar y pasear por Oaxaca. El primer lugar al que fuimos juntos fue Monte Albán, la cima de una montaña desde que los zapotecas dominaron el valle. Ahí erigieron una ciudad sagrada, donde sólo hay lugar para los dioses y los hombres afortunados. Los edificios parecen ser el reflejo de las montañas que rodean la zona arqueológica, son la sombra de aquella civilización que todavía queda viva. María Isabel y yo paseamos y sentimos Monte Albán, subimos a la pirámide más alta, éramos los señores privilegiados de Monte Albán. Oaxaca estaba a nuestros pies, la dominábamos con la mirada. “Mira, ahí está Santo Domingo, y ese edificio es La Soledad…” Contemplamos la vista que sólo los dioses tienen la posibilidad de ver. Deseaba abrazar a María Isabel, quererla con toda mi alma”: “Alfredo, por favor, olvídate de mí, es por el bien de los dos.” No, ya era tarde, era imposible que el pelotero tirara el bat y se dejara ponchar.
1996. Mi Niña de Monte Albán para siempre.
Imposible, no la iba a dejar jamás. Es más, tuve un deseo: cuando me muera, quiero que mis restos queden en Monte Albán para que pueda contemplar eternamente la ciudad de Oaxaca, como ese día lo hice con María Isabel. Ella también comparte el mismo deseo.
Varias veces María Isabel y yo hemos recorrido el valle de Oaxaca, nos gusta ir hacia el rumbo de Ocotlán y más en la época en que el maestro Rodolfo Morales organizaba unos convivios sin igual. También disfrutábamos pasear hacia el valle de Etla y sus pueblos cercanos como San Agustín o San Juan del Estado y no podemos dejar de pasar a comer o a desayunar al restaurante de dona Julia, frente al mercado de Etla.
1998. Alfredo Harp Helú en el restaurante de doña Julia en Etal.
1996. Bajo la sombra del árbol del Tule abrazo a María Isabel.
El recorrido hacia Mitla y Hierve el Agua es fascinante: el Tule, ese árbol tan antiguo que no deja de maravillarme; la iglesia de Tlacochahuaya es un sitio muy especial para nosotros, ahí bautizamos a Santiago; Dainzú nos sorprende por su vista espectacular; Lambityeco es singular por las tumbas con mascarones. Yagul es único, María Isabel y yo solemos subir hasta la cima de la montaña, dominamos el valle, sentimos el aire, el sitio es completamente nuestro, no hay nada que nos distraiga, sólo nosotros y un paisaje de dioses.
1998. Alfredo Harp Helú en Mitla.
1996. Yagul para nosotros.
Disfruto la vista, perderme ante la inmensidad de los colores, los montes y el cielo. Pueden pasar minutos, horas o días, para mí el tiempo para contemplar ese paisaje es eterno. Mitla es una zona arqueológica que desde que era pequeño me impresionaba por sus grecas y diseños geométricos que parecen textiles hechos de piedra, me entristece ver cómo la masa urbana se come las ruinas y la modernidad no respeta su pasado glorioso. Hierve el Agua es una cascada petrificada, un monumento a la naturaleza y al paso del tiempo. De regreso a Oaxaca, nos gusta pasar a comer a Teotitlán del Valle y disfrutar del banquete de comida indígena que preparan nuestras amigas, las hermanas Mendoza.
2000. Bautizo de Santiago Harp Grañén en San Jerónimo Tlacochahuaya, Oaxaca.
EL JUEGO DE PELOTA MAYA
Uno de mis primeros viajes con María Isabel fue inolvidable, elegimos parte de la zona Maya. Primero llegamos a Palenque y recorrimos la zona arqueológica. En la noche, antes de cenar, regresamos porque había luna llena y un muchacho tzotzil nos sirvió de guía. Admiramos Palenque de noche con la luz de la luna que bañaba de blanco los edificios, estaba a punto de llover, los truenos iluminaban repentinamente las construcciones, escuchábamos los sonidos de la selva. Caminamos por la plaza y subimos al Templo de las Inscripciones, en lo alto, besé a María Isabel y apreté su mano por la emoción que me causaba estar en ese sitio, precisamente en ese determinado momento, solos, junto a Pacal, en una ciudad destinada al culto de los dioses.
1996. Hierve el Agua, la cascada torrencial, regalo de la naturaleza.
A la mañana siguiente fuimos a las lagunas de Montebello donde hay catorce lados que son cadenas de antiguos cenotes que el tiempo ha formado gracias a la disolución de las rocas. Después fuimos a Toniná, un lugar que encierra miles de secretos, entramos al Palacio del Inframundo, un laberinto oscuro que recorrimos hasta volver a salir a la luz, subimos varias plataformas, la vista era más espectacular, dominábamos el valle, el horizonte y el infinito. Agua Azul es una serie de cascadas continuas de un color que hace honor a su nombre, el añil que corre entre los árboles. Bonampak destaca porque conserva un templo con pintura mural de un colorido característico de los mayas y con un dramatismo que sólo pude apreciar con las explicaciones de mi Niña.
1996. El fuego nuevo en Palenque, Chiapas.
Entre la vegetación selvática y el río Usumacinta, llegamos a Yaxchilán, una ciudad que se conserva secretamente entre la selva, recorrimos su plaza con montículos, altares, estelas, templos y juegos de pelota y quedamos admirados ante la enorme ceiba en medio de la Gran Plaza. Otro de los sitios que visitamos fue Tikal, paseamos horas por la zona arqueológica, admiramos las enormes pirámides y, por su puesto, subimos al Templo V, unos de los más altos, las copas de los árboles selváticos se prolongaba hasta lo infinito y, entre ellas, las características de algunos templos salían para mostrar su grandeza. Quiriguá es un parque con estelas mayas que tienden a la verticalidad. Otro de los lugares de nuestro viaje fue Copán, una de las ciudades mayas más impresionantes, destaca por el diestro trabajo de la piedra y el deseo de registrar e tiempo y la historia se expresa en altares, pirámides, plazas, muros, templos, estelas y escalinatas.
1996. Cincuenta y dos años, renovación de la vida, en Toniná, Chiapas.
1996. El abrazo de ceiba maya Yaxchilan, Chiapas.
Antigua, una ciudad colonial que ha sido destruida por los temblores, fue el sitio de descanso de nuestro viaje. Durante el tiempo que paseamos por las ruinas de los conventos e iglesias y caminamos por las calles, reinó la calma. María Isabel estaba maravillada al ver tanto textil indígena y sus diferentes bordados, hilados, tejidos, colores y diseños.