Dios me dio otra oportunidad de vivir y decidí que las prioridades de mi vida se serían el beisbol y las actividades filantrópicas con énfasis en Oaxaca. Dios, además, me tenía una sorpresa, conocí a María Isabel en 1996, entonces yo tenía cincuenta y dos años y de esa manera inicié un nuevo ciclo; como en el mundo prehispánico, sucedió la renovación de mi vida cuando mi Niña de Monte Albán me dijo: “tú te vas a morir en Oaxaca” y le contesté “yo voy a vivir en Oaxaca y contigo”. Desde entonces, hemos compartido juntos nuestro amor y un proyecto de vida en común.
Cuando empecé a salir con María Isabel, siempre que había oportunidad, buscaba tríos o trovadores para que le cantaran “Amor añejo”, se tardó en comprender que la quería enamorar, seguramente porque le llevo veintitrés años de edad. A los pocos meses, mi Niña me llevó de sorpresa al Trío Santo Domingo de Héctor Martell, compositor de “Amor añejo”.
1999. Con María Isabel, celebramos el campeonato de los Diablos Rojos.
Después, tuvimos la oportunidad de escuchar en varias ocasiones al trío y un día Martell nos dijo que se había inspirado en nuestro amor para componer una de sus mejores canciones: “Como de treinta”. Así me siento, como de treinta, lleno de vitalidad, de endorfinas, de entusiasmos por la vida, con la energía desbordante al amanecer, dispuesto a volarme la barda en cada turno al bat, con una buena condición física, listo para salir al campo con la experiencia de manager y continuar con un porcentaje muy superior de juegos ganados sobre perdidos.
1996. Héctor Martell y el Trío Santo Domingo con Alfredo y María Isabel. Gregoria Ruiz y Francisca Pérez.
1996. Héctor Martell no hizo un regalo, la composición de "Como de treinta".
María Isabel había regresado de estudiar su doctorado en Historia de Arte en la Universidad de Sevilla y llevaba dos años viviendo y trabajando en Oaxaca. Cuando la conocí, empezaba el proyecto de inventario de la biblioteca de libros antiguos de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, una de las más importantes de México, además era directora del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca y, trabajando para Francisco Toledo, concretaba algunas de las ideas que soñaba este gran artista: el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, la Biblioteca de Invidentes Jorge Luis Borge, la fábrica de papel artesanal de San Agustín Etla, además de organizar exposiciones, conferencias y otros eventos.
Sus compromisos laborales me llevaban a pasar fines de semana en Oaxaca y comprendí que mi Niña estaba realizándose profesionalmente. Varios sábados llegaba a buscarla y me decía: “Alfredo vete a bolear los zapatos, date una vuelta por ahí, pues todavía no termino”; también algunos domingos me convertí en pareja de la anfitriona que recibía a varias de las visitas de Toledo, aprendí con ellos, hice nuevas amistades y nos divertimos juntos. De esta manera, he gozado los éxitos profesionales y académicos de María Isabel y admiro su capacidad para organizar grandes eventos culturales. Esta independencia hacia su trabajo nos ha permitido gozar de respeto mutuo en nuestras actividades e intereses personales.
En 1998, mi Niña decidió centrar sus actividades alrededor de la Biblioteca Francisco de Burgoa y su taller de restauración, un proyecto académico sobre la conservación del patrimonio histórico de México, así como de impulsar la organización de bibliotecas y archivos. Trabaja arduamente y siempre está dispuesta a otorgar ayuda a quien la solicita. Me encanta acompañarla a los pueblos de Oaxaca, donde la reciben con bandas musicales y banquetes en agradecimiento por haber restaurado códices, títulos primordiales y otros documentos. Ahora, ella además está involucrada activamente en mis proyectos filantrópicos y, de esta manera, nuestros intereses se vuelven comunes.
MI NIÑA DE MONTE ALBÁN
Con María Isabel llevo una vida armoniosa, llena de motivaciones, tenemos proyectos de vida en común y nos encanta viajar y pasear por Oaxaca. El primer lugar al que fuimos juntos fue Monte Albán, la cima de una montaña desde que los zapotecas dominaron el valle. Ahí erigieron una ciudad sagrada, donde sólo hay lugar para los dioses y los hombres afortunados. Los edificios parecen ser el reflejo de las montañas que rodean la zona arqueológica, son la sombra de aquella civilización que todavía queda viva. María Isabel y yo paseamos y sentimos Monte Albán, subimos a la pirámide más alta, éramos los señores privilegiados de Monte Albán. Oaxaca estaba a nuestros pies, la dominábamos con la mirada. “Mira, ahí está Santo Domingo, y ese edificio es La Soledad…” Contemplamos la vista que sólo los dioses tienen la posibilidad de ver. Deseaba abrazar a María Isabel, quererla con toda mi alma”: “Alfredo, por favor, olvídate de mí, es por el bien de los dos.” No, ya era tarde, era imposible que el pelotero tirara el bat y se dejara ponchar.
1996. Mi Niña de Monte Albán para siempre.
Imposible, no la iba a dejar jamás. Es más, tuve un deseo: cuando me muera, quiero que mis restos queden en Monte Albán para que pueda contemplar eternamente la ciudad de Oaxaca, como ese día lo hice con María Isabel. Ella también comparte el mismo deseo.
Varias veces María Isabel y yo hemos recorrido el valle de Oaxaca, nos gusta ir hacia el rumbo de Ocotlán y más en la época en que el maestro Rodolfo Morales organizaba unos convivios sin igual. También disfrutábamos pasear hacia el valle de Etla y sus pueblos cercanos como San Agustín o San Juan del Estado y no podemos dejar de pasar a comer o a desayunar al restaurante de dona Julia, frente al mercado de Etla.
1998. Alfredo Harp Helú en el restaurante de doña Julia en Etal.
1996. Bajo la sombra del árbol del Tule abrazo a María Isabel.
El recorrido hacia Mitla y Hierve el Agua es fascinante: el Tule, ese árbol tan antiguo que no deja de maravillarme; la iglesia de Tlacochahuaya es un sitio muy especial para nosotros, ahí bautizamos a Santiago; Dainzú nos sorprende por su vista espectacular; Lambityeco es singular por las tumbas con mascarones. Yagul es único, María Isabel y yo solemos subir hasta la cima de la montaña, dominamos el valle, sentimos el aire, el sitio es completamente nuestro, no hay nada que nos distraiga, sólo nosotros y un paisaje de dioses.
1998. Alfredo Harp Helú en Mitla.
1996. Yagul para nosotros.
Disfruto la vista, perderme ante la inmensidad de los colores, los montes y el cielo. Pueden pasar minutos, horas o días, para mí el tiempo para contemplar ese paisaje es eterno. Mitla es una zona arqueológica que desde que era pequeño me impresionaba por sus grecas y diseños geométricos que parecen textiles hechos de piedra, me entristece ver cómo la masa urbana se come las ruinas y la modernidad no respeta su pasado glorioso. Hierve el Agua es una cascada petrificada, un monumento a la naturaleza y al paso del tiempo. De regreso a Oaxaca, nos gusta pasar a comer a Teotitlán del Valle y disfrutar del banquete de comida indígena que preparan nuestras amigas, las hermanas Mendoza.
2000. Bautizo de Santiago Harp Grañén en San Jerónimo Tlacochahuaya, Oaxaca.
EL JUEGO DE PELOTA MAYA
Uno de mis primeros viajes con María Isabel fue inolvidable, elegimos parte de la zona Maya. Primero llegamos a Palenque y recorrimos la zona arqueológica. En la noche, antes de cenar, regresamos porque había luna llena y un muchacho tzotzil nos sirvió de guía. Admiramos Palenque de noche con la luz de la luna que bañaba de blanco los edificios, estaba a punto de llover, los truenos iluminaban repentinamente las construcciones, escuchábamos los sonidos de la selva. Caminamos por la plaza y subimos al Templo de las Inscripciones, en lo alto, besé a María Isabel y apreté su mano por la emoción que me causaba estar en ese sitio, precisamente en ese determinado momento, solos, junto a Pacal, en una ciudad destinada al culto de los dioses.
1996. Hierve el Agua, la cascada torrencial, regalo de la naturaleza.
A la mañana siguiente fuimos a las lagunas de Montebello donde hay catorce lados que son cadenas de antiguos cenotes que el tiempo ha formado gracias a la disolución de las rocas. Después fuimos a Toniná, un lugar que encierra miles de secretos, entramos al Palacio del Inframundo, un laberinto oscuro que recorrimos hasta volver a salir a la luz, subimos varias plataformas, la vista era más espectacular, dominábamos el valle, el horizonte y el infinito. Agua Azul es una serie de cascadas continuas de un color que hace honor a su nombre, el añil que corre entre los árboles. Bonampak destaca porque conserva un templo con pintura mural de un colorido característico de los mayas y con un dramatismo que sólo pude apreciar con las explicaciones de mi Niña.
1996. El fuego nuevo en Palenque, Chiapas.
Entre la vegetación selvática y el río Usumacinta, llegamos a Yaxchilán, una ciudad que se conserva secretamente entre la selva, recorrimos su plaza con montículos, altares, estelas, templos y juegos de pelota y quedamos admirados ante la enorme ceiba en medio de la Gran Plaza. Otro de los sitios que visitamos fue Tikal, paseamos horas por la zona arqueológica, admiramos las enormes pirámides y, por su puesto, subimos al Templo V, unos de los más altos, las copas de los árboles selváticos se prolongaba hasta lo infinito y, entre ellas, las características de algunos templos salían para mostrar su grandeza. Quiriguá es un parque con estelas mayas que tienden a la verticalidad. Otro de los lugares de nuestro viaje fue Copán, una de las ciudades mayas más impresionantes, destaca por el diestro trabajo de la piedra y el deseo de registrar e tiempo y la historia se expresa en altares, pirámides, plazas, muros, templos, estelas y escalinatas.
1996. Cincuenta y dos años, renovación de la vida, en Toniná, Chiapas.
1996. El abrazo de ceiba maya Yaxchilan, Chiapas.
Antigua, una ciudad colonial que ha sido destruida por los temblores, fue el sitio de descanso de nuestro viaje. Durante el tiempo que paseamos por las ruinas de los conventos e iglesias y caminamos por las calles, reinó la calma. María Isabel estaba maravillada al ver tanto textil indígena y sus diferentes bordados, hilados, tejidos, colores y diseños.
1996. Agua Azul, Chiapas. La cascada que hace honor a su nombre.
Las vendedoras son astutas, sus sonrisas transmitían la alegría de una civilización marginada económicamente, pero rica en tradiciones, creatividad e historia, no podía evitar fijarme en sus trenzas con listones de colores, en sus huipiles con diseños geométricos llenos de color, en los enredos o faldas de algodón y en los montones de hijos que las rodean. Cuando me acercaba a preguntar el precio de una blusa, ellas decían una cantidad y luego, agregaban: “Bueno, ¿cuánto ofrece?, y después comenzaban a bajar sus precios, entonces esperaba hasta escuchar la cantidad más reducida y al final les pagaba la más alta que habían pedido.
1996. Estelas gigantes en Quiriguá, Guatemala.
Así íbamos preguntando de un puesto a otro y nos dimos cuenta que cada quien ponía sus precios y, en opinión de ellas, siempre nos vendían la cara. El costo variaba según lo usado de la prenda: “No, ésta e más barata porque ya tiene seis lavadas”. Cuando veo esos huipiles aprecio la cantidad de horas invertidas en confeccionar sus diseños. Esas mujeres mayas, como sus ruinas, sólo nos dejan ver parte del esplendor de su cultura.
1996. El registro del tiempo en Copán, Honduras.
Días inolvidables que jamás borraré, una experiencia maravillosa en un mundo tan rico, lleno de misterios e historia. Yo me sentía parte de ella y María Isabel ya era parte de mí. Conocimos una faceta más de nuestra relación, convivimos mañana, tarde y noche en sitios maravillosos. Fue un vínculo de unión donde sólo el amor era testigo de una ruta maya que todavía vive en mi recuerdo.
1996. Tikal, Guatemala. El esplendor de una cultura protegida por la selva.
1996. María Isabel con sus huipiles Mayas.
PONCHADO
1996 fue uno de mis mejores años en el aspecto afectivo, la experiencia de vivir con María Isabel me llenaba de ilusiones, viajamos juntos, intensifiqué mi práctica de tenis y mi condición física era inmejorable. El31 de diciembre estaba con mi niña de Monte Albán en Costa Rica dispuestos a pasar nuestro primer año nuevo con toda felicidad, cuando sentí un escalofrío y tenía 40 grados de temperatura, el doctor del hotel me aplicó una inyección para bajar la fiebre, pero ésta no cedió, recordé el paludismo que sufrí en mi niñez, pero esta enfermedad era distinta. Nos regresamos a México y fui sujeto de todos los análisis y estudios existentes, nadie sabía qué tenía, un virus desconocido me había atacado y producido todas las “itis”, que en mi caso significaban inflamación en los bronquios, miocardio, hígado y cerebro.
Los médicos estaban confundidos, decían que la medicina no era perfecta y su diagnóstico recomendaba un trasplante de corazón. Oré con Dios, sentí una mejoría interna y de un momento a otro comencé a recuperarme de tal manera que en diez días estaba completamente sano. Los doctores no lo creían y eliminé las medicinas. Comprendí que la voluntad de Dios era que continuara en el terreno de juego, que administra los bienes que Él me asignó; además, he tenido la fortuna de vivir con María Isabel, gozar los éxitos de mis hijos Alfredo, Sissi y Charbel y en el 2000 recibí la bendición del nacimiento de mi pequeño Santiago.
LA RENOVACIÓN DE LA VIDA Y LÍBANO
Pasaron tres años y en abril de 1999, María Isabel y yo decidimos casarnos a nuestra manera, formalizamos un compromiso que ya estaba dado. No queríamos invitados ni banquetes, la boda fue en Oaxaca, duró 20 minutos aproximadamente, la novia lucía un huipil con enredo blanco y en la cabeza llevaba un reboso de seda de Cajonos. La ceremonia fue sencilla, firmamos, brindamos con champaña y nos fuimos con un nuevo estado civil: felizmente casados.
1999. Nuestra boda en Oaxaca.
Nuestro viaje de luna de miel fue inolvidable. Beirut fue nuestro punto de partida. Conocimos las grutas de Jeitta, a las que calculan unos diez millones de años. Las gotas de agua se filtran entre las piedras y forman esculturas dentro de una inmensa cueva que no tiene fin. Biblos es una de las ciudades más antiguas que ha sido habitada de manera continua, aproximadamente por 8,000 años. Este puerto de cara al mar Mediterráneo tiene su sabor, sus muros de cantera dorada brillan con los rayos del sol, tiene ruinas muy antiguas y un castillo medieval.
1999. Biblos, el sabor del puerto frente al Mediterráneo.
En nuestro viaje destacó el gusto de la cocina libanesa, que no puede separarse de las maravillas del museo viviente que es aquella tierra. Algunos me eran familiares, puesto que han estado presentes en la mesa de mis abuelos, mi madre, varios parientes y amigos, así como en mi restaurante favorito la Gruta del Ehden en México, donde tengo la oportunidad de disfrutar aquellas deliciosas recetas. Me encanta que estos platillos libaneses se integran a la cocina mexicana como parte de la fusión de ambas culturas, así en Yucatán, uno puede pedir la “botana típica” y le ofrecen garbanza, labne y otras delicias: También en los estadios de beisbol de la península, los vendedores gritan “kipe, kipe” y ofrecen bolitas de kebe. En Líbano pudimos comprobar que las exageraciones de mis parientes al hacer referencia a los ingredientes, verduras, frutas, carnes, pescados y especias eran una realidad.
2003. Mi madre prepara el Kepe más sabroso.
Las sandías son jaik, enormes, los dátiles son del tamaño de un durazno, las uvas son como ciruelas, el carnero es preparado de tal modo que podría decir que es de los mejores que he probado en mi vida, el café no tiene igual, quizá porque se prepara en una cafetera de cobre con trozos de carbón, el zaatar es una especia muy parecida al orégano, pero con un sabor único y, para seguir con estas delicias que nada más nos antojamos, comentaré que el pan árabe recién preparado en el anafre es lo más parecido a una tortilla mexicana de harina de trigo que se infla y se dora con exquisita finura.
1999. Echmún, el arte fenicio sigue de pie.
Cuando era niño, a esta especie de pan, mis hermanas y yo solíamos llamarlo “servilleta”. Y para rematar mis gustos, en Líbano también hay chilies picantes. Por poner un ejemplo de una de nuestras comidas diarias, el menú con la mezza o botanas consistía en: un platón enorme con verduras frescas, berenjena y garbanza molida, labne o jocoque, hojas de col y guararish que son hojas de parra, chanclish que es un queso poco picoso, tapule o ensalada finamente picada con perejil, hierbabuena, jitomate, pepino y trigo, bolitas chicas de kebe o carne molida, también kebe crudo, aceitunas negras, queso de labne y para no perder el apetito, después aparecían más platillos como un shawarma que es como un taco de pan árabe con carne de cabrero al carbón, un enorme kebe bola con ensalada de col, chorizo árabe, brochetas de carnero y kafta que es carne molida en brocheta.
1999. El reencuentro con mi pasado en Tiro.
En una mesa no puede faltar el pan árabe, aceite de oliva y varias especias para acompañar, así como una botella de arak, servido con hielo y rebajado con agua, o bien, un buen vino de uva libanesa. En algunos restaurantes mataron un carnero como un honor hacia nosotros y los primeros quince minutos, mientras preparaban el platillo, nos llevaron hígado y corazón crudo, una delicia que pocas veces tengo el gusto de comer en México. Para terminar, no podían faltar la fruta y los postres diversos como graibes, belewes, una naranja en dulce, dátiles con ajonjolí y jalewe o turrón derretido.
En las ruinas de Echmún, el arte fenicio todavía deja ver su huella. No había nadie, la ciudad arqueológica, cuya construcción comenzó en el siglo VII a.C., era para nosotros solos. La zona es pequeña, de proporciones humanas y deja ver los restos de la cultura fenicia, helénica, romana y bizantina.
Tiro fue una de las grandes capitales de los fenicios, la llamaban “la reina de los mares” y su riqueza provenía principalmente del comercio de vidrio y de la extracción del caracol púrpura. Tiro fue sometida tres siglos a la dominación romana. En ese entonces se construyó una ciudad de la que quedan restos de un imponente arco triunfal, situado en medio de una vía de columnas que servían de acueducto para abastecer de agua a la ciudad.
1999. Sidón, capital sagrada de los fenicios.
Quizá lo más impresionante es el hipódromo, unos de los más grandes de la Antigüedad, mide cerca de 500 metros de largo y, según cuentan, podía albergar a más de 20,000 espectadores. Actualmente, la ciudad moderna invadió la zona arqueológica con espantosos edificios y para hacer el recorrido completo, el turista tiene que tomar un coche e ir al otro extremo para visitar los restos de una ciudad palaciega situada frente al mar.
Sidón, junto con Tiro y Cartago, fue una de las ciudades más importantes de lo fenicios, aunque también era conocida por los asirios. Sus restos de la Antigüedad sólo quedan registrados en la historia, pues desafortunadamente, la ciudad moderna ha invadido los restos arqueológicos.
Alto relieve de cantera en Niha.
El puerto de Sidón ha sido siempre de los más importantes por su extraordinaria ubicación geográfica frente al Mediterráneo. Visitamos un castillo medieval con vista al mar y pasamos por una calle llena de pastelerías, atractivas por sus enormes charolas redondas con toda la variedad de dulces árabes con nuez, almendra, miel, polvorón, panqué… no sólo agradables al paladar, sino a la vista. María Isabel y yo probamos cuatro postres distintos cada uno y después pedimos una charola con medio kilo para regalarla al chofer, el dueño nos ofreció café y sólo nos cobró el pedido y no lo que nos comimos. Así es la costumbre libanesa, y para corresponder, le regalamos discos de música oaxaqueña, así es también la costumbre mexicana.
Visitamos Niha, unas ruinas romanas situadas en el valle del Bekaa en un ambiente totalmente fértil, donde la vid y los pinos crecen y pintan de verde el paisaje. Esa zona arqueológica también estaba desierta de turistas, los templos nos esperaban de pie sólo para nosotros dos, parecíamos hormigas contemplando el color dorado de la cantera.
1999. Somos pequeños para comprender tanta grandeza. Templo de Júpiter en Baalbek.
De ahí fuimos a las ruinas más bellas del Líbano: Baalbek. Situadas también en el valle de Bekaa, las gigantescas proporciones de esa ciudad hacen reflexionar al visitante de la grandeza del hombre y su poder creativo. ¿Cómo subieron esos enormes bloques de cantera?, ¿quiénes fueron los genios capaces de hacer estos edificios tan bien proporcionados?, ¿quién ideó estar formas constructivas?, ¿cuántas personas labraron estas piedras?, ¿quién las diseñó?, ¿eran hombres, dioses o semidioses? Sin duda, es una ciudad de arquitectura sagrada, no sólo para los dioses a los que estuvo consagrada, sino por la majestuosidad de sus piedras. Quedamos asombrados por las columnas del templo de Júpiter.
1999. Templo de Baco en Baalbek. Ejemplo de la gran capacidad humana para construir.
Sólo quedan seis de las cincuenta y cuatro que conformaban el edificio. Nuestra altura sólo llegaba a la base de una de las columnas y los turistas eran unos puntitos de colores junto a ellas. Los visitantes éramos testigos de esa inmensidad. Desde el templo de Júpiter se contempla la vista más maravillosa del templo de Baco, uno de los mejores conservados del mundo romano.
1999. Anjar, la ciudad imperial omeya.
También es majestuoso, imponente, perfecto en proporciones y, sin duda, fue testigo de tantas algarabías que orgullosamente se mantiene en pie a pesar de los temblores que derrumbaron la grandiosa Baalbek.
Anjar es una ciudad palaciega del periodo de los omeya, quienes dominaron un fabuloso imperio que abarcaba desde Damasco hasta España e India. Construida en el siglo VII sobre una ciudad grecorromana, Anjar deja ver huellas de los palacios, mercados, termas y calles. Las construcciones destacan por el colorido de sus muros hechos a base de distintos materiales: una franja de cantera, una piedra roja y con la luz del atardecer, la ciudad resplandecía un tono dorado.
1999. Kozhaya alberga la imprenta más antigua de Líbano.
Otro día hicimos un recorrido muy bello hacia la montaña del norte. Llegamos a San Antonio Kozhaya, donde se encuentra la primera imprenta del Líbano del siglo XVII. La vista que hay de las montañas es única, una sierra fértil, con el frescor del agua. Recorrimos varios pueblos, entre ellos, Ehdén, Bcharre, el pueblo donde nació el poeta Gibrán, y los famosos y milenarios cedros. Una señora nos contó que un día, al estar sentada, viendo el paisaje, le había dicho a Dios: “Hay cielo, tierra e infierno. Éste es el cielo”, tenía razón de ahí llegamos a Khferzaina, el pueblo donde nació la familia Harp. No visitamos a ningún pariente, pues como son tan buenos anfitriones no nos hubieran dejado de agasajar y no hubiéramos tenido el tiempo suficiente para completar el viaje.
Los cedros, símbolos milenarios de Líbano.
Al día siguiente dimos un paseo por Beirut, nos sorprendieron los edificios bombardeados durante la guerra y la transformación que han hecho con los trabajos de restauración en un proyecto llamado Solidere.
Quedamos asombrados de la velocidad con la que trabajan y el buen aspecto que da la ciudad recién construida. Comimos frente a El Raouche, unas rocas en el mar y el símbolo de Beirut. En coche fuimos a Brumana, zona elegante con lujosos hoteles y restaurantes con una agradable vista.
1999. Aspecto de Beirut reconstruido.
1999. Zona de Beirut destrozada por los bombardeos.
En la región del Chouf, pasamos por Deir el Qamar, que es un pueblo donde se respira un ambiente de paz, las casas son de cantera y se conservan algunos castillos. Beiteddine es un palacio caracterizado por el lujo y la elegancia, construido en el siglo XIX por el emir druso Bechir II, quien reinó en Líbano durante cincuenta años. En el sótano se encuentran estupendos mosaicos romanos.
1999. El Raouche rocas centinelas de la costa de Beirut.
1999. Beiteddine conserva estupendos mosaicos romanos.
Otro día fuimos a Siria y cruzamos la frontera, había un viejo edificio de cemento colado lleno de gente con pasaportes en la mano esperando su trámite, los militares estaban sentados del otro lado del mostrador, los empleados hacían lo que podían para solucionar las peticiones. Uno de ellos colocaba sellos, pedía firmas y se escuchaban algunos gritos. Por fin, nos dieron los permisos para salir de Líbano. Volvimos al coche. Llegamos a la frontera de Siria y otra vez a bajarnos del coche. Había mucha gente que gritaba. Nos formamos en una larga fila y, después de un rato, pasamos a una ventanilla, en la que nos atendió un militar sirio que entre su inglés, el nuestro y el del chofer, nos informó que teníamos que ir al banco a pagar la visa. Él preguntaba “¿por qué no tienen visa?” “porque en nuestro país no hay embajada de Siria” y él se preguntaba en dónde estaba ese país “México”, hasta que un señor le dio la pista: Maxique. Volvimos a subir al coche, fuimos a pagar. Una vez más, tuvimos que esperar varios minutos hasta que, con toda la calma del mundo, el aduanero colocó los timbres fiscales para comprobar el pago, luego sacó una libreta en la que apuntó no sé qué cosas en árabe y abrió otra carpeta y otra vez lo mismo. Finalmente, logramos nuestro propósito de cruzar la frontera.
Llegamos a Crac du Cavaliers, un imponente castillo medieval situado en lo alto de una montaña. Ahí vivieron 2,000 hombres durante dos años, no necesitaban nada en esa ciudad fortificada: había un canal que recolectaba agua, su iglesia, habitaciones, comida, todo. Desgraciadamente está muy mal conservado, sin embargo, el paso de los años no ha podido destrozar las enormes murallas. El viento, aunque sopla con gran fuerza, ha dejado algunas paredes en el interior.
1999. La gran fortaleza medieval:Crac du Cavaliers en Siria.
Volvimos al coche y atravesamos el desierto. Fue realmente toda una experiencia sentir ese paisaje amarillo que no tiene fin; vimos refugios militares con tanques, camiones y aviones. La carretera era tan recta como una regla. De repente, sopló el viento, la arena se levantó y comenzó a hacer un remolino, tenía un ritmo, nos nubló la vista, parecía niebla de arena. Seguimos el camino hasta encontrar, en medio del desierto, junto a un oasis de palmeras, una ciudad romana, unas maravillosas ruinas del color de la arena : ahí estaba Palmira para nosotros, justo en el momento del atardecer. No había turistas, estábamos emocionados al contemplar aquellas enormes columnas, el teatro, los arcos, el drenaje de piedra, los bloques de cantera en el suelo, los capiteles…, todo rodeado de arena.
1999. Vista panorámica de Palmira, un oasis en el desierto.
Maalula es un pueblo situado en una montaña; para llegar a él bajamos por un acantilado de enormes piedras por donde debió correr el agua en alguna época y, después de una fresca caminata, surgió el pueblo ante nosotros. Se respira un ambiente de paz y tranquilidad que nada tiene que ver con las aduanas fronterizas. Ahí está el santuario ortodoxo de Santa Tacla, a la que se venera dentro de una cueva. Visitamos Sadnaya, otro monasterio ortodoxo lleno de íconos, cuadros y lámparas. En Damasco estuvimos en el Museo Nacional, el mercado y la mezquita Omayad, una construcción con un trabajo sorprendente de marquetería en mármol y mosaicos muy hermosos. Visitamos el Palacio Real y admiramos el trabajo de carpintería en los salones.
1999. El desierto de convierte en piedra. Palmira, Siria.
Para poder ir a Jordania, pasamos por la aduana, nuestra primera parada fue Jerash, unas ruinas romanas donde está un arco triunfal erigido al emperador Adriano. La ciudad tiene una plaza rodeada de columnas donde se reunían los filósofos y oradores, uno se imagina a los poetas, arquitectos, músicos e intelectuales en plena convivencia.
1999. El esplendor romano en Jerash, Jordania.
Al otro día salimos temprano por el camino real, visitamos la tumba de Moisés en un austero monasterio franciscano el lo alto de una montaña con una extraordinaria vista y muy a lo lejos vimos Jericó. El pobre Moisés no pudo llegar a Tierra Santa, sino que sólo vio cómo su pueblo caminaba hacia ella. La iglesia es maravillosa por el lugar en el que está, por la austera arquitectura y por los mosaicos bizantinos. Bajamos la montaña para llegar a Madaba, donde hay una iglesia con un enorme mosaico en el piso con el plano de Tierra Santa.
1999. Petra, la ciudad excavada en la roca, testigo de nuestro amor.
Petra es una ciudad excavada en la roca. Como simples turistas, nos subieron a unos caballos que parecen mulas y que huelen a miles de años de no haber sido bañados. Pasamos por un acantilado, las montañas se abrían a ambos lados, caminábamos entre la arena rosa, la erosión de las piedras formaba una paleta que iba de ocres a rojos. Los ingenieros navatíos hicieron canales en la roca para desviar el agua de lluvia y de un río cercano para conducirla a la ciudad. Después de seguir caminando entre las montañas se abrió el panorama, nos encontramos ante un templo excavado en la roca, nos detuvimos súbitamente, no pudimos más que abrir la boca y admirar la belleza. Pasamos por el teatro, cuyas gradas fueron excavadas aprovechando el declive de la montaña. Subimos una montaña, tardamos más de 45 minutos, llegamos al templo que llaman “monasterio”, excavado finalmente en la piedra con una clara influencia romana.
1999. Los tonos ocres en las montañas de Petra, Jordania.
Fuimos a Amman, visitamos la zona arqueológica y uno de los museos más interesantes del viaje; éste contiene parte de los manuscritos del mar Muerto y magníficas esculturas fenicias de yeso o arcilla, tenían cerca de 3,000 años. Paseamos por el teatro romano y el museo del textil.
Regresamos a Beirut en avión, sonde nos sentíamos como en familia. Caminamos hacia la Universidad Americana y respiramos el ambiente universitario.
1999. Mi niña en el punto más alto de Petra, Jordania.
El último día que pasamos en el Líbano fuimos a Zahle, una hermosa ciudad donde nación mi abuela materna, comimos en uno de los mejores restaurantes del viaje a orillas de un río, nos dieron abundante mezza. Llegamos al hotel de Beirut sedientos de una deliciosa limonada con agua de azahar y un tequila para despedirnos de esa tierra que es parte de mi historia y cuyas raíces llevo con orgullo. Sentados en el bar, María Isabel y yo tuvimos una reflexión sobre nuestro viaje que quiero compartir en este libro: Líbano es un país lleno de historia, monumentos y buena comida. Pequeño, de cara al Mediterráneo, con las tierras más fértiles del Cercano Oriente ríos, montañas, valles y una gran cosa, Líbano ha sido la envidia de todas las civilizaciones, siempre en guerra, en lucha permanente. El espíritu bélico sobrevive en la zona: destrucción, bombas, incertidumbre, militares en las calles, retenes, tanques, camiones y mucho cemento.
1999. Zahle, la ciudad de mi abuela materna.
En contraste sorprende el espíritu pacífico, en el ímpetu de reconstrucción, en la bondad y hospitalidad, en el buen servicio y en la simpatía de la gente. Este pueblo vive en un hacer y deshacer continuo, en un estar acostumbrado a la guerra. ¿Por qué?, ¿por qué tantas envidias, tantos desentendidos, tantas muertes inútiles?, ¿qué pasa en estos países llenos de gloria, de artistas, de grandes pensadores y arquitectos?, ¿qué pasó con su gente, sus monumentos y sus victorias?, las ruinas se empeñan en seguir de pie para glorificar esos años de esplendor, gritan la usencia de aquellos grandes imperios, recuerdan al visitante la grandeza del hombre y la destrucción del tiempo. Ahí, enterrados como los muertos yacen vestigios antiguos de la humanidad, el alfabeto, las tumbas fenicias, las armas de los cruzados, los templos romanos, los mosaicos bizantinos; las catedrales bombardeadas, las mezquitas sagradas, el urbanismo sin planeación, concreto por todos lados y unas zonas arqueológicas espectaculares, valles fértiles, pueblos de cantera, cedros milenarios, nieve en las montañas, restaurantes deliciosos, mercados con movimiento, olores y sabores…Líbano es el respiro de un gran mundo.
Para que mi Niña fuera una mujer completa debíamos tener un hijo y en julio ya estaba embarazada. Mi Jabibito Santiago nació el 26 de marzo de 2000 como otro regalo de Dios que no me esperaba. Jamás imaginé cuánta felicidad podría darme ese pequeño bebé, lleno de vitalidad con
deseos insaciables por descubrir el mundo. He tenido la oportunidad de disfrutar un hijo a mis cincuenta y seis años, afortunadamente gozo de tiempo para dedicárselo, tengo otra visión de la vida, he vuelto a jugar, cantar, reír, montar a caballo, remar, leer cuentos, tratar de comprender las cosas más simples y, una vez más, a maravillarme de la inocencia de un niño. Santiago me hace vivir momentos que no podría describir.
2000. María Isabel con nuestro pequeño Santiago.
2003. El papá beisbolista en el kinder con su Santiago.
2002. Bernini hubiera querido un modelo como mi angelito Santiago. Ciudad del Vaticano.